El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.

Paul Greenberg

27 de noviembre de 2016

La contribución de la pesca a la alimentación

Según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) 2014, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INEI) a nivel nacional, la desnutrición crónica afectó al 14,6% de niñas y niños menores de cinco años.  Se presenta principalmente en zonas rurales (21.9%) y en menor proporción en lugares urbanos (5.8%). 

La anemia, a nivel nacional, afecta al 46.8% de niñas y niños menores de tres años de edad. Se presenta con mayor frecuencia en áreas rurales (57.5%), a comparación con la zona urbana (42.3%).

A pesar de su inmensa riqueza marina, este porcentaje de niños sufren de desnutrición crónica, consecuencia en gran medida de la escasa disponibilidad de alimentos nutritivos. Por ello, entre otras razones, somos un país obligado a conocer el mar y sus recursos, para priorizar acciones orientadas a atender las necesidades primarias de alimentación y nutrición de nuestra población. O para exigirlas.

Mientras esto no se resuelva, no podremos crecer con equidad y con inclusión. El modelo nos lleva a considerar que el producto pesquero es más rentable cuando se exporta. La necesidad de otros países es una fórmula mágica que lo transforma todo en oro.  Nos jactamos, groseramente, del éxito económico que significan los volúmenes de proteína exportados tanto en forma de harina de pescado como de productos hidrobiológicos congelados y en conservas, mientras niños peruanos padecen hambre. Lo censurable es que la exportación se subsidia y se incentiva, mientras que la venta de pescado al mercado nacional no tiene ningún beneficio ni apoyo estatal. No se compite con equidad por ambos mercados.

La actual contribución de la pesca a través de derechos de pesca e impuesto a la renta de tercera categoría es insuficiente e inequitativa. No es inclusiva ni redistributiva. Los índices de distribución del canon pesquero son errados: distribuyen escasos recursos en forma ineficiente. La exportación de nuestros recursos pesqueros no beneficia sino a una pequeña porción de la población.

No se puede proteger lo que no se conoce, por eso hay que conocer el mar y la pesca. No se puede distribuir lo que no ha sido cobrado, por eso hay que cobrar derechos de pesca justos. No se debe explotar recursos naturales sin compensar adecuadamente a la sociedad. No debe existir desnutrición en un país con tanta abundancia de proteína proveniente de recursos pesqueros. Por eso debe someterse a debate la necesidad de una mejor participación de la Nación en la bonanza de la pesquería del Perú, cuyo paradigma dominante es el de una pesquería mono específica que desembarca los volúmenes más grandes de recursos pesqueros del planeta, sin generar beneficios adecuados para la sociedad peruana.

Utilizar los recursos pesqueros para la alimentación nacional en forma prioritaria, debería ser un objetivo nacional fundamental en la elaboración de una Política de Estado para la pesquería peruana.
La pesquería no es solamente un tema de exportación, ni de sus empresarios o trabajadores, ni de los pescadores. Debe ser, fundamentalmente, una actividad que focaliza su atención en el ciudadano, que es el consumidor final. Debemos procurar que este sea, prioritariamente nacional y no extranjero.

 “El derecho a pescar debería basarse en criterios ambientales y sociales”

Marcos Kisner Bueno

La revista Pesca es un medio de información alternativo referido a temas del mar y de la pesquería. Difunde información obtenida de muchas fuentes, ideas y opiniones que tienen por objeto exponer la necesidad de hacer sostenible la extracción de los recursos marinos; la urgencia de actuar en beneficio de la seguridad alimentaria nacional; y el cuidado del ambiente.

Los invito cordialmente a leer la edición de la Revista Pesca correspondiente a DICIEMBRE 2016 y a compartirla dentro de sus círculos y redes sociales.

http://issuu.com/revistapesca/docs/revista_pesca_diciembre_2016/1

14 de noviembre de 2016

El colapso social

Se ha publicado una nota titulada “El colapso social” en el blog llamado “The Oil Crash”. Extractos de la misma se transcriben a continuación. Por la naturaleza de su contenido, bien podrían ser aplicables a lo que ocurre en nuestro país y en la región.
Merece una reflexión y tal vez una acción…o reacción.

"Como saben, el candidato republicano Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales de 2016 en los EE.UU., pasando muy por delante de la candidata demócrata Hillary Clinton…
A pesar de la enorme asimetría entre unas y otras acusaciones (que Trump es un grosero y un zafio, aparte de un ególatra, es algo conocido desde el principio, en tanto que las acusaciones sobre Clinton eran mucho más graves y fundadas), muchas voces en el partido republicano presionaron para que Trump renunciara, e incluso aceptaban la inevitable derrota frente a Clinton. Dada la negativa de éste a renunciar, las encuestas de los principales medios anunciaban una holgada victoria de la Clinton, que al final se ha acabado convirtiendo en una holgada derrota. ¿Qué ha pasado aquí?

A posteriori el análisis es simple, pues el fenómeno lleva meses de recorrido y quién ha querido verlo lo había visto desde hacía mucho tiempo.  La cosa parece clara: la mayoría de los trabajadores de los EE.UU. no se están beneficiando de la tan cacareada recuperación económica, sino más bien al contrario: cada vez viven peor, con menos dinero y más penuria, y la amenaza constante de quedarse en el paro.

De manera machacona los medios de comunicación repiten las consignas que recogen los puntos de vista de la élite del país, que allí como aquí culpabilizan a los excluidos por su exclusión mientras venden una fantasía según la cual los bravos y decididos "emprenden" y que si no nadas en la abundancia es culpa tuya. Tal sermón de los rectores de la Santa Iglesia del Perpetuo Crecimiento acaba siendo insultante para las humildes y honradas gentes que viven en el mundo real y trabajan de sol a sol para vivir en la frontera de la indigencia, cuando no por debajo de ella.

Sobre todo porque, a la vista de todos, las élites se corrompen y aceptan favores, a cambio de desviar fondos públicos (fruto directo e indirecto del sudor de los trabajadores) para apuntalar grandes empresas que generan poco empleo y para pagar retribuciones obscenas a sus cuadros directivos, los cuales a menudo nutren y se nutren de la élite política. Y toda esa corrupción y desvíos de fondos pasan allí como pasa aquí, y en realidad en todo el mundo occidental. Así que la gran masa de trabajadores siente cada vez más resentimiento con unas élites cada vez más insensibles con su sufrimiento, y al final deciden optar por salirse de las opciones preestablecidas: en vez de optar por el mal A o el mal B, deciden escoger el mal C, que al igual que el A o el B será malo para ellos (lo cual no es novedad) pero también lo será para las élites, y ahí reside su atractivo. Si los votantes de EE.UU. han preferido a Donald Trump no es porque sean mayoritariamente misóginos o xenófobos; muchos lo serán, sin duda, pero lo que les atrae del discurso demagógico del Sr. Trump es la promesa de un futuro mejor como mínimo, si no porque les dé algo mejor a ellos, porque les promete algo peor para las élites.
No cabe esperar que el Sr. Trump vaya a hacer algo significativamente diferente a lo que han hecho sus predecesores, entre otras cosas porque todo el entramado de poder de las élites no permite implementar fácilmente cambios sustanciales. En añadidura, la gran crisis global que lleva ya muchos meses gestándose acabará de explotar durante su mandato y su capacidad de maniobra será reducida, y bastante tendrá con evitar que la implosión económica se le lleve por delante. Donald Trump es tan sólo el síntoma de la enfermedad, y no su cura. Una enfermedad simple y comprensible: las clases trabajadoras se sienten cada vez menos representadas y más traicionadas por las élites tanto políticas como económicas. Y en tanto que los sistemas políticos occidentales continúen siendo democráticos es previsible una cada vez mayor desafección de las clases populares respecto al discurso y los intereses de la élite, y que vayan optando por opciones de voto cada vez más radicales y previsiblemente populistas.
Como decimos, el fenómeno es global: en todo el opulento mundo occidental vemos manifestaciones del creciente espacio que ocupan las opciones que se reclaman rupturistas con el sistema, que atacan de manera abierta a las élites ("la casta", se suele decir en España), y que propugnan un cambio radical de las relaciones económicas y sociales de modo que se pueda recuperar la prosperidad perdida, ese contrato social que favoreció, durante las décadas de expansión económica, el establecimiento del llamado "Estado del Bienestar". Y mientras no se produzca una vuelta al anterior status quo, la animadversión de las masas contra las élites será cada vez mayor y las soluciones que irán surgiendo serán cada vez más radicales y eventualmente violentas.
Aunque la configuración de un sistema social más igualitario y con un mejor reparto de la riqueza sin duda favorece la cohesión social, no es la desigualdad del reparto de la renta la que ha favorecido este cambio tan abrupto de la percepción social. Simplemente, porque la desigualdad del reparto de la renta siempre ha existido, en cualquier escala histórica que se quiera mirar, por lo menos desde la Edad Antigua. Lo que realmente ha cambiado es un descenso relativamente rápido desde unos niveles de renta bastante elevados para amplios estratos de la sociedad occidental. Ciertamente, los niveles actuales son aún más elevados que los que se disfrutaban en Occidente hace tan solo 4 o 5 décadas, pero no venimos del vacío sino que tenemos un pasado. Y si nuestros padres y abuelos pudieron aceptar unas condiciones más precarias con la esperanza de conseguir una vida mejor para sus hijos, en la actualidad lo que se ofrece de manera poco disimulada son unas condiciones cada vez peores y menos garantizadas: ya comentamos que es mucho más difícil adaptarse a un mundo en decrecimiento que a uno en crecimiento. Si de golpe desapareciera toda la población occidental y fuera reemplazada por población de los denominados países emergentes, aceptarían la situación actual y la considerarían un privilegio, incluso sabiendo que el descenso era inevitable.

Es justo esta generación criada en la fase creciente la que tiene más dificultades para aceptar el decrecimiento, sobre todo con el modelo de gestión que se propone desde la élite. Y es por eso que la batalla es aquí y ahora: la generación de nuestros hijos ya habrá crecido en la costumbre de decrecer y para ellos aceptar lo que se da porque "es lo que hay" será algo natural. Por eso es tan importante decidir aquí y ahora cuál es el modelo de decrecimiento que vamos a adoptar, es por eso que es tan urgente abrir públicamente este debate antes de que por la vía de hecho se adopten falsas soluciones aún más devastadoras de la mano de caudillos surgidos por aclamación popular.
Porque ésta es la cuestión de fondo, la que no se quiere discutir pero está en la base de todo lo que está pasando: que estamos decreciendo porque es algo inevitable, algo que es consecuencia de la imposibilidad de continuar expandiendo la base energética y material de nuestra economía. Y si no podemos consumir más energía y más materiales, aun cuando podamos mantener un nivel muy alto, nuestro sistema económico-social tiende a colapsar, pues necesita que el consumo siga creciendo. De otro modo nuestro sistema entra en barrena, entra en una crisis, en la que ya estamos desde 2008, que no acabará nunca, no dentro de este paradigma económico.
Durante los largos años que ya llevamos de esta crisis, que en realidad tiene mucho de crisis energética no reconocida, no pocos han teorizado sobre cómo se tiene que manifestar una crisis energética centrándose en aspectos meramente económicos, tomando éstos en completo aislamiento en el cual transcurre el hecho económico. Pero eso no tiene nada que ver con cómo pasan las cosas en el mundo real. Si la cantidad total de energía anualmente disponible en el planeta Tierra deja de crecer (punto al que todavía no hemos llegado pero al que nos estamos acercando), entonces el PIB de todo el globo, tan estrechamente ligado al consumo de energía, deja de crecer.

Y el día que la cantidad de energía disponible en la Tierra disminuya, entonces el PIB agregado de todas las naciones del mundo comenzará un imparable descenso que durará décadas. Los prestidigitadores económicos continuarán insistiendo en que se puede, gracias al ingenio humano, seguir creciendo consumiendo menos energía, pero es una falacia: como muestran los datos y ya hemos discutido aquí, la única desmaterialización que se puede producir es la de la clase media. Su destrucción, vaya. Así que no es de sorprender que en estos años de progresiva ralentización del consumo energético global a quien le haya tocado recibir el peso de la crisis sea justamente a las clases trabajadoras, y que sean éstas las que estén propiciando el maremoto político que estamos viviendo, desde Grecia hasta EE.UU. pasando por el Reino Unido, Hungría o Polonia, y quién sabe si mañana Francia, Alemania o España.
Y si esto ha pasado mientras la producción total de energía en el mundo aún subía, aunque fuera más lentamente, y mientras la producción del sector energético más crítico y más afectado, el de los hidrocarburos líquidos (llamados, en abuso de notación, "petróleo", como si todos lo fueran) estaba aún llegando a su cenit, ¿qué creen que pasará ahora que todo indica que ya hemos comenzado el descenso de la producción de todos los líquidos del petróleo? ¿Qué pasará cuando la lógica del beneficio inmediato, que causó una gran descapitalización del sector de los hidrocarburos en los últimos años, conlleve una caída rápida, irreversible y sin precedentes de la producción por razón de la excesivamente fuerte caída de la inversión? Nuestros despistadísimos expertos energéticos continúan hablando del milagro del fracking y la quimera de la independencia energética de los EE.UU. cuando estamos a punto de presenciar un colapso sin precedentes del sector. Un colapso que se va a dar en un contexto de precios bajos, no altos, contrariamente a lo que dice la ortodoxia económica, porque no han entendido qué significa entrar en la espiral de destrucción de oferta - destrucción de demanda. Mientras la clase media se desintegra, como consecuencia inevitable del descenso energético y el mantenimiento de las políticas actuales, nuestros expertos siguen esperando la llegada de una señal de precios que no va a venir por donde ellos esperan: para cuando el precio del petróleo se vuelva a disparar (algo que inevitablemente va a suceder en los próximos años) será ya demasiado tarde: algo se habrá roto para siempre.

¿El qué?, se preguntarán. Pues el tejido social que sustenta este sistema económico. El fin del contrato implícito entre las élites y las masas, lo que implica el colapso social. Un colapso del cual la Humanidad sólo ha demostrado ser capaz de salir por tres vías: mediante el aislacionismo totalitario (hacia lo que parece tender el Reino Unido y quizá el EE.UU de Trump), hacia el militarismo predatorio (el camino que más tiempo ha seguido EE.UU. y el que parece ser el preferido de Europa, y sobre el que España tendrá que definirse) o hacia la movilización popular en busca de la resiliencia y la simplicidad voluntaria - el camino más difícil e imposible mientras se siga la ortodoxia económica dogmática actual.

¿Se preguntaban qué era el Oil Crash? El Oil Crash era esto: no precios altos, sino el colapso social. Aunque en realidad lo que estamos viviendo es sólo el comienzo."
Fuente

13 de noviembre de 2016

La revista sobre Pesca

La revista Pesca es un medio de información alternativo referido a temas del mar y de la pesquería. Difunde información, ideas y  corrientes de opinión que tienen por objeto crear conciencia de la necesidad de hacer sostenible la extracción de los recursos marinos, de seguridad alimentaria y  del cuidado del medio ambiente. Pero sobre todo, contribuir con información para que el lector empiece a formarse una opinión propia sobre la problemática pesquera.

Tratamos de comunicar  información objetiva, técnica y política que nos permita contribuir al engrandecimiento del conocimiento mar y de sus recursos por parte de la ciudadanía, la misma que tiene la obligación de conocer para poder defender el buen uso de sus recursos naturales y de sus ecosistemas marinos, fluviales y lacustres.

En 2016 cumplimos 56 años al servicio de la información pesquera.

A partir del 6 de marzo del 2010,  la revista suspendió su publicación en formato impreso y se empieza a publicar en formato digital (PDF) en una página web.

A través de Facebook, en un grupo denominado “Pesca y Mar” se cuelgan noticias  que se evalúa tienen trascendente interés para sus miembros y lectores de la Revista.


Las ediciones en formato PDF pueden bajarse gratuitamente en el portal: