El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.
Paul Greenberg
15 de mayo de 2011
La oclocracia
La democracia degenera, tiende a la oclocracia. La oclocracia no es otra cosa, como ya se sabe, que la forma específica de degeneración de la democracia. Desde Pericles a Giovanni Sartori, pasando por Juvenal, Shakespeare, Lope de Vega, Tocqueville u Ortega, con unas u otras palabras, los más preclaros analistas de la naturaleza humana y de la política han advertido siempre de un permanente peligro para la democracia: el interés de unos pocos en hacerla degenerar hacia la oclocracia.
Etimológicamente, la democracia es el gobierno del pueblo, y la oclocracia es el gobierno de los insipientes, o como mejor se le quiera llamar ahora al conjunto de esas muchas personas que en los asuntos públicos o políticos andan confusos o desordenados de cabeza, escasos de razón, flojos en la forma de discurrir o débiles en la capacidad de juicio.
Siendo obvio que ni el pueblo ni los insipientes han gobernado nunca, ni podrán gobernar jamás, porque, como diría Rousseau, va contra la naturaleza de las cosas que sean los más los que gobiernen y los menos los gobernados, lo que con la expresión ``gobierno del pueblo'' se quiere significar es que el gobierno está apoyado, respaldado y legitimado por el pueblo, de la misma manera que con la expresión ``gobierno de los insipientes'' lo que se significa es que es entre éstos, de manera expresa, entre quienes el gobierno, o los que aspiran a gobernar, buscan el apoyo, el respaldo o la legitimación.
Así entendidas democracia y oclocracia resulta evidente que no se trata, sólo, de dos formas distintas, sino de dos formas antagónicas de gobierno. La democracia vale lo que vale el saber del pueblo que la sustenta; la oclocracia, por el contrario, se apoya en la ignorancia o, lo que es lo mismo, busca la legitimación en el sector más ignorante de la sociedad. La primera vive del uso y la defensa del discurso racional y la segunda utiliza, sobre todo, la manipulación. Si la una es el reino de los verdaderos políticos, la otra es el campo de los auténticos demagogos.