El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.

Paul Greenberg

26 de diciembre de 2014

“CUATRO PECES” UN LIBRO SOBRE EL FUTURO DE LOS ÚLTIMOS ALIMENTOS SALVAJES

Paul Greenberg ha escrito este libro que todos los interesados en la pesquería y la acuicultura deberían leer.

"En contra de la creencia popular, sólo una ínfima proporción de nuestra ingesta calórica es aportada por alimentos que podamos llamar propiamente naturales, es decir, que procedan de organismos que vivan por sí solos en el medio natural. Más 95% de lo que comemos procede directa o indirectamente de las plantas. Dependemos mayoritariamente de las grandes cosechas de granos y tubérculos, especies vegetales que se convirtieron en agrícolas de la mano del hombre, mediante un complejo proceso de domesticación, que consistió en una alteración sistemática de sus genomas para que adquirieran caracteres agronómicos apropiados. Estos caracteres hacen imposible que la especie se perpetúe por sí misma en libertad y convierten en indispensable el concurso humano para su multiplicación. Es requisito obligado para llamar natural, silvestre o salvaje a una especie, o al alimento que de ella se deriva, el de que ésta sea capaz de vivir libremente en la naturaleza; y, desde hace milenios, este requisito no lo cumple ninguna de las cosechas básicas que nos alimentan. Hay algunas excepciones, como pueden ser los espárragos trigueros o las tagarninas, entre los vegetales, algunas setas silvestres, los productos de la caza y, sobre todo, los de la pesca. Al agotamiento progresivo de estos últimos y al surgimiento de las piscifactorías dedica su ameno libro Paul Greenberg, colaborador asiduo del National Geographic y del New York Times.

El pescado ha predominado durante el último siglo como componente natural de la dieta, especialmente en nuestro país, donde ha constituido una importante fuente de proteína barata y de buena calidad durante un largo periodo en el que la producción y consumo de carne estaban en torno a la mitad de la media europea. Medio siglo después, cuando ya nuestro consumo de carne está por encima de dicha media, la disponibilidad de pescado ha disminuido considerablemente y su precio ha aumentado hasta convertirlo en un manjar selecto. La implantación y expansión de las aguas territoriales y la extrema sobreexplotación de las especies marinas, entre otras razones, han llevado a una reducción drástica de nuestra flota pesquera, que en tiempos fue una de las mayores del mundo.

Sin que por ello pierda generalidad la reflexión sobre el agotamiento de la pesca, Greenberg centra su ensayo en cuatro especies importantes, de gran consumo a escala global: el salmón, la lubina, el bacalao y el atún. En la actualidad, el placer del salmón salvaje es el privilegio de unos pocos y adinerados consumidores (en mi caso, sólo recuerdo haberlo consumido en Irlanda y en Noruega hace ya unos años). Sin embargo, el salmón procedente de la acuicultura es plato habitual en los restaurantes más populares. Su producción es superior a los 1.200 millones de kilos anuales, obtenidos a partir de una cantidad tres veces mayor de otros peces, previamente convertidos en granulados, y tiene lugar en unas condiciones de confinamiento que no excluyen que los peces consuman sus propias heces. Esta industria supone un impacto ambiental casi prohibitivo y se está explorando la posibilidad de producir un salmón vegetariano a partir de algas.

Mejor conseguida está la domesticación de la lubina, cuya versión silvestre abundó en tiempos a lo largo de las costas europeas y hoy con suerte se deja ver en la captura de algunos barcos. Tras resolver ciertos problemas endocrinos en una universidad israelí y comprobar que se podía usar como alimento una gamba diminuta, la Artemia, la acuicultura de la lubina despegó en Grecia, donde ahora se producen anualmente más de cien millones de piezas.

Para el bacalao todavía hay algunas esperanzas de supervivencia, sobre todo desde que se cerrara hasta 2026 el gran caladero Georges, cerca de Cape Cod en Estados Unidos. En contraste, la época de los grandes atunes de cuatrocientos kilos está tocando a su fin debido a una desmesurada demanda de países como Japón, donde llegan a pagar hasta ochenta mil euros por pieza. Ante la inminente extinción del último gran reducto del alimento salvaje, dos actitudes contrapuestas pugnan entre sí, a veces encarnadas en el mismo individuo, la de apresurarse a consumir el preciado manjar antes de que desaparezca y la de abstenerse tajantemente de dicho consumo para contribuir a que no lo haga"

Fuente

"Nuestra relación con el océano está experimentando una transformación profunda. Nos encontramos al borde de un cataclismo: que los hijos de nuestros hijos jamás prueben un pescado salvaje que haya nadado libremente en el mar ya no es una posibilidad remota.

Paul Greenberg, escritor y pescador desde su más tierna infancia, no solo nos invita a un  viaje culinario, sino que también nos ofrece una detallada investigación sobre los cuatro peces que predominan en nuestra dieta: el salmón, la lubina, el bacalao y el atún.

A través del fascinante relato de todos los factores que permiten que estos pescados lleguen a nuestro plato, el autor nos desvela nuestra maltrecha relación con los mares y su fauna. Hace tan solo treinta años, casi todos nuestros alimentos procedentes del mar eran salvajes.

Hoy, los excesos de una pesca desenfrenada y la revolución biotécnica sin precedentes nos han llevado a un punto en que el pescado salvaje y el de granja se reparten a medias el complejo mercado global.

“Cuatro peces” nos ayuda a navegar por estas nuevas orillas, y nos propone una forma de avanzar hacia un futuro en que los alimentos marinos sanos y sostenibles no sean la excepción sino la norma"