El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.
Paul Greenberg
15 de agosto de 2012
UN TERMÓMETRO PARA LOS OCÉANOS
Evaluación global de los océanos . / BEN HALPERN AND COLLEAGUES / NCEAS 2012
Un equipo científico mide el efecto de la actividad humana en las aguas de 171 países y territorios.
De los 7.000 millones de personas que habitan el planeta, más del 40% viven cerca de la costa marina e interactúan con el océano de una u otra manera. Las poblaciones obtienen alimentos, exploran el litoral para el turismo y las actividades de recreo; pescan; desarrollan economías costeras, protegen las aguas y la biodiversidad... o no. ¿Cómo medir el efecto de toda esta actividad en todos los países? Un equipo científico internacional ha elaborado una especie de termómetro, un indicador con el que evalúa la salud del océano tras esa interacción con la especie humana. Su diagnóstico global, en forma de puntuación, es de seis sobre 10.
El termómetro permite calcular la puntuación de todos los países del planeta que se asoman al mar atendiendo a sus condiciones ecológicas, sociales y económicas. Es la primera evaluación global de la salud del océano, según los expertos de la Universidad de British Columbia (Canadá) que han intervenido en su elaboración.
Pese a la media de 6 para todo el mundo (o 60 sobre 100 en sus datos), los extremos son notables: la peor nota, un 3,6 sobre 10, se la lleva Sierra Leona y la mejor — 8,6— es para una isla prístina en el Pacífico sur (Jarvis). España se sitúa casi en la media mundial con un 5,8. Sólo el 5% de los países superan el siete, mientras que el 32% suspende, con notas inferiores al cinco. En general, concluyen los investigadores a la vista de los datos, los países desarrollados tratan mejor a sus mares que los países en desarrollo, pero la variación y las excepciones son notables, advierten. Ningún país supera el 8,6 de calificación y la mayoría está por debajo del 7.
“El índice de salud del océano es un marco excelente para evaluar si las cosas mejoran o empeoran en respuesta a nuestras actuaciones”, explica Daniel Pauly, biólogo marino canadiense de gran prestigio internacional y uno de los científicos del equipo que ha desarrollado el nuevo indicador.
La puntuación de seis sobre 10 significa que hay mucho margen de actuación para mejorar la situación y uno de los objetivos del índice, dicen los científicos que lo han elaborado y que lo presentan hoy en la revista Nature, es que proporciona una herramienta poderosa para obtener la información necesaria en la que basar las decisiones políticas y económicas sobre cómo utilizar y proteger los ecosistemas oceánicos.
Para elaborar el termómetro, los investigadores han definido 10 parámetros: la biodiversidad del mar; la cantidad de alimentos extraídos de modo sostenible (incluida pesca y acuicultura); la pesca artesanal; la extracción de productos marinos no alimenticios; la capacidad de almacenamiento de carbono en el mar; la protección del litoral; la economía en la costa y su efecto social; las actividades de turismo y recreo; los valores de identidad cultural para la población y la limpieza de las aguas. Se ha trabajado con la información de más de un centenar de bases de datos de diferentes disciplinas combinando y haciendo compatibles sus registros.
El equipo está formado por expertos estadounidenses y canadienses y lo lidera Benjamin S. Halpern, de la Universidad de California en Santa Bárbara. En líneas generales, los países costeros de África Occidental, Oriente Próximo y América Central puntúan por abajo, mientras que algunas partes del norte de Europa, Canadá, Australia, Japón, varias islas tropicales y algunas regiones deshabitadas están en la parte alta de la lista.
“Esto se debe a que los países desarrollados tienden a tener economías más fuertes y mejores regulaciones e infraestructuras para gestionar las presiones [sobre el océano] y mayor capacidad para hacer un uso sostenible de los recursos”, explican los investigadores.
Pero muchos países escapan a esta tendencia general. Así, por ejemplo, Polonia y Singapur obtienen puntuaciones bajas (4,2 y 4,8 respectivamente), mientras que Surinam (6,9) y Seychelles (7,3) sacan puntuaciones muy altas porque logran destacar en algunos de los parámetros del termómetro. Estados Unidos se sitúa en 6,3, Canadá en 7, Rusia en 6,7 y Reino Unido, 6,1. China figura en la lista de puntuaciones con un 5,3; India, con 5,2 y Brasil con un 6,2. Por la parte alta de la clasificación, en Europa destacan Alemania, con 7,3; Holanda, con 7 y Dinamarca, con 6,9.
Halpern y sus colegas obtienen la puntuación para un total de 171 países y territorios y, por ahora, se centran en la zona denominada económica exclusiva (hasta 200 millas, o 370 kilómetros, del litoral), en la que se desarrolla la inmensa mayoría de las actividades humanas en relación con el océano como fuente de alimentos, recursos naturales, zonas de recreo y de identidad sociocultural. Pero nada impide aplicar el mismo termómetro a zonas de mar abierto a medida que se vayan obteniendo los datos precisos. Aunque es teóricamente posible alcanzar la puntuación máxima de cien, es muy poco probable, explican los investigadores, dada las interacciones entre los objetivos de los diez parámetros considerados. Sin embargo, se ha mantenido ese nivel máximo como referencia para las comparaciones.
La ventaja del termómetro oceánico, explican los científicos en Nature, es que permite estandarizar multitud de datos de muy diferentes procedencias sobre los efectos de la interacción de la población con el océano y, además, hacer el seguimiento de su evolución en el tiempo. Supone, por lo tanto, una medida estandarizada, dinámica, cuantitativa y transparente “que puede ser utilizada por los científicos, por los gestores, por los políticos y por la sociedad para comprender mejor, hacer el seguimiento y exponer el estado de los ecosistemas, así como diseñar actuaciones estratégicas para mejorar el estado de salud general del océano”, destacan los investigadores.
En la página web del nuevo índice oceánico, los científicos recuerdan que las amenazas principales para la salud de los océanos son el cambio climático, la acidificación del agua, la sobrepesca, la destrucción de hábitats, la contaminación y la difusión de especies invasoras. La intensidad, el plazo, la distribución geográfica de cada una es diferente, y unas se pueden prevenir más fácilmente que otras. El cambio climático y la acidificación son las más difíciles de abordar y requerirán décadas de actuaciones, mientras que la sobrepesca se puede mitigar en una década. El índice de salud oceánica subdivide estas amenazas y evalúa sus impactos en los diferentes parámetros.
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