El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.

Paul Greenberg

23 de agosto de 2012

El arrastrero que nadie quiere





La ballena azul, el mayor animal que existe, mide alrededor de 25 metros de largo, el equivalente a dos autobuses. Su inmensa boca le sirve para alimentarse principalmente de krill, unas cuatro toneladas al día. Un magnífico animal que sin duda la naturaleza ha limitado en longitud y capacidad de alimentarse.
 
Ahora imaginemos otro monstruo marino pero de acero, de una longitud de 144 metros, es decir, seis veces el tamaño de una ballena azul o el de 12 autobuses. Sus bocas son en este caso inmensas, con redes de 300 metros. Siguiendo con las comparaciones, este monstruo sería capaz de albergar 13 aviones Jumbo en sus redes y puede procesar 250 toneladas de pescado al día (60 veces más que la ballena azul). Estos monstruos se llaman superarrastreros.
 
No hace falta echar muchas cuentas para entender que semejante capacidad de pesca no puede ni mucho menos ser sostenible en el tiempo. No solo por la cantidad desorbitada de pescado que son capaces de pescar estos barcos, sino también por los descartes que generan, tanto de otros peces como de tortugas, rayas, focas, tiburones...
 
En la costa occidental de África lo saben bien. Con los caladeros europeos tiritando, estos enormes barcos se han desplazado a sus aguas a pescar, diezmando los recursos marinos que son, para las comunidades locales, su fuente de ingresos y de proteína. Hasta tal punto que en abril de 2012, el recién elegido presidente de Senegal, dio un golpe sobre la mesa y echó de sus aguas a 29 arrastreros. Cada uno de estos barcos pescaba en un día lo que 50 embarcaciones locales en un año. Su marcha ya se nota en las capturas de pesca local.

Uno de estos barcos expulsado es el FV Margiris, que estos días es noticia en Australia. En su búsqueda de nuevos caladeros, la compañía pesquera australiana Seafish Tasmania quiere, mediante un acuerdo con la compañía holandesa a la que pertenece el buque, acceder a aguas de Australia. Irónicamente, el destino de la pesca serían los países de la costa occidental de África, cuyos fondos marinos ha sobreexplotado.
 
La presencia de este barco y sus impactos ambientales y económicos para el sector pesquero local ha generado protestas y un intenso debate, hasta tal punto, que el Parlamento de Tasmania, donde se localiza el puerto al que accedería el barco, ha aprobado una moción para que el Gobierno central vete la entrada del barco.
 
El Margiris pertenece a la asociación de barcos arrastreros congeladores pelágicos (PFA en sus siglas en inglés), a la que pertenecen buques superarrastreros europeos y que recibe grandes subvenciones de la UE. Por ejemplo, entre 2006-2012 los contribuyentes europeos pagamos el 90% de los costes de acceso de pesca de estos barcos a aguas mauritanas y marroquíes.
 
¿Hasta cuándo vamos a seguir exportando la sobrecapacidad a otras aguas? ¿Hasta cuándo va a seguir financiando la UE las industrias pesqueras insostenibles? Senegal ha dicho no a la pesca destructiva, Tasmania también. La UE, con la reforma de la Política Pesquera Común tiene la oportunidad de dar un giro y apoyar la pesca sostenible en lugar de financiar la destrucción de los océanos.
Para que los únicos grandes “monstruos” marinos vuelvan a ser las ballenas azules.
 
Elvira Jiménez, campaña de Océanos de Greenpeace @elvirajn