Se ha publicado una nota
titulada “El colapso social” en el blog llamado “The Oil Crash”. Extractos de
la misma se transcriben a continuación. Por la naturaleza de su contenido, bien
podrían ser aplicables a lo que ocurre en nuestro país y en la región.
Merece una reflexión y tal vez
una acción…o reacción.
"Como saben, el
candidato republicano Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales de
2016 en los EE.UU., pasando muy por delante de la candidata demócrata Hillary
Clinton…
A pesar de la
enorme asimetría entre unas y otras acusaciones (que Trump es un grosero y un
zafio, aparte de un ególatra, es algo conocido desde el principio, en tanto que
las acusaciones sobre Clinton eran mucho más graves y fundadas), muchas voces
en el partido republicano presionaron para que Trump renunciara, e incluso
aceptaban la inevitable derrota frente a Clinton. Dada la negativa de éste a
renunciar, las encuestas de los principales medios anunciaban una holgada victoria
de la Clinton, que al final se ha acabado convirtiendo en una holgada derrota.
¿Qué ha pasado aquí?
A posteriori el
análisis es simple, pues el fenómeno lleva meses de recorrido y quién ha
querido verlo lo había visto desde hacía mucho tiempo. La cosa parece clara: la mayoría de los trabajadores de los EE.UU. no se están beneficiando
de la tan cacareada recuperación económica, sino más bien al contrario: cada
vez viven peor, con menos dinero y más penuria, y la amenaza constante de
quedarse en el paro.
De manera
machacona los medios de comunicación repiten las consignas que recogen los
puntos de vista de la élite del país, que allí como aquí culpabilizan a los
excluidos por su exclusión mientras venden una fantasía según la cual los
bravos y decididos "emprenden" y que si no nadas en la abundancia es
culpa tuya. Tal sermón de los rectores de la Santa Iglesia del Perpetuo
Crecimiento acaba siendo insultante para
las humildes y honradas gentes que viven en el mundo real y trabajan de sol a
sol para vivir en la frontera de la indigencia, cuando no por debajo de ella.
Sobre todo
porque, a la vista de todos, las élites se corrompen y aceptan favores, a
cambio de desviar fondos públicos (fruto directo e indirecto del sudor de los
trabajadores) para apuntalar grandes empresas que generan poco empleo y para
pagar retribuciones obscenas a sus cuadros directivos, los cuales a menudo
nutren y se nutren de la élite política. Y toda esa corrupción y desvíos de
fondos pasan allí como pasa aquí, y en realidad en todo el mundo occidental. Así que la gran masa de trabajadores siente
cada vez más resentimiento con unas élites cada vez más insensibles con su
sufrimiento, y al final deciden optar por salirse de las opciones
preestablecidas: en vez de optar por el mal A o el mal B, deciden escoger
el mal C, que al igual que el A o el B será malo para ellos (lo cual no es
novedad) pero también lo será para las élites, y ahí reside su atractivo.
Si los votantes de EE.UU. han preferido a Donald Trump no es porque sean
mayoritariamente misóginos o xenófobos; muchos lo serán, sin duda, pero lo que
les atrae del discurso demagógico del Sr. Trump es la promesa de un futuro
mejor como mínimo, si no porque les dé algo mejor a ellos, porque les promete algo peor para las élites.
No cabe esperar
que el Sr. Trump vaya a hacer algo significativamente diferente a lo que han
hecho sus predecesores, entre otras cosas porque todo el entramado de poder de
las élites no permite implementar fácilmente cambios sustanciales. En
añadidura, la gran crisis global que lleva ya muchos meses gestándose acabará
de explotar durante su mandato y su capacidad de maniobra será reducida, y
bastante tendrá con evitar que la implosión económica se le lleve por delante.
Donald Trump es tan sólo el síntoma de la enfermedad, y no su cura. Una
enfermedad simple y comprensible: las
clases trabajadoras se sienten cada vez menos representadas y más traicionadas
por las élites tanto políticas como económicas. Y en tanto que los
sistemas políticos occidentales continúen siendo democráticos es previsible una
cada vez mayor desafección de las clases populares respecto al discurso y los
intereses de la élite, y que vayan optando por opciones de voto cada vez más
radicales y previsiblemente populistas.
Como decimos, el
fenómeno es global: en todo el opulento mundo occidental vemos manifestaciones
del creciente espacio que ocupan las opciones que se reclaman rupturistas con
el sistema, que atacan de manera abierta a las élites ("la casta", se
suele decir en España), y que propugnan un cambio radical de las relaciones
económicas y sociales de modo que se pueda recuperar la prosperidad perdida,
ese contrato social que favoreció, durante las décadas de expansión económica,
el establecimiento del llamado "Estado del Bienestar". Y mientras no se produzca una vuelta al anterior status quo, la
animadversión de las masas contra las élites será cada vez mayor y las
soluciones que irán surgiendo serán cada vez más radicales y eventualmente
violentas.
Aunque la
configuración de un sistema social más igualitario y con un mejor reparto de la
riqueza sin duda favorece la cohesión social, no es la desigualdad del reparto
de la renta la que ha favorecido este cambio tan abrupto de la percepción
social. Simplemente, porque la desigualdad del reparto de la renta siempre ha
existido, en cualquier escala histórica que se quiera mirar, por lo menos desde
la Edad Antigua. Lo que realmente ha cambiado es un descenso relativamente
rápido desde unos niveles de renta bastante elevados para amplios estratos de
la sociedad occidental. Ciertamente, los niveles actuales son aún más elevados
que los que se disfrutaban en Occidente hace tan solo 4 o 5 décadas, pero no
venimos del vacío sino que tenemos un pasado. Y si nuestros padres y abuelos
pudieron aceptar unas condiciones más precarias con la esperanza de conseguir
una vida mejor para sus hijos, en la actualidad lo que se ofrece de manera poco
disimulada son unas condiciones cada vez peores y menos garantizadas: ya
comentamos que es mucho más difícil adaptarse a un mundo en decrecimiento que a
uno en crecimiento. Si de golpe desapareciera toda la población occidental y
fuera reemplazada por población de los denominados países emergentes,
aceptarían la situación actual y la considerarían un privilegio, incluso
sabiendo que el descenso era inevitable.
Es justo esta
generación criada en la fase creciente la que tiene más dificultades para
aceptar el decrecimiento, sobre todo con el modelo de gestión que se propone
desde la élite. Y es por eso que la batalla es aquí y ahora: la generación de
nuestros hijos ya habrá crecido en la costumbre de decrecer y para ellos
aceptar lo que se da porque "es lo que hay" será algo natural. Por
eso es tan importante decidir aquí y ahora cuál es el modelo de decrecimiento
que vamos a adoptar, es por eso que es tan urgente abrir públicamente este
debate antes de que por la vía de hecho se adopten falsas soluciones aún más
devastadoras de la mano de caudillos surgidos por aclamación popular.
Porque ésta es la cuestión de fondo, la que no se
quiere discutir pero está en la base de todo lo que está pasando: que estamos
decreciendo porque es algo inevitable, algo que es consecuencia de la
imposibilidad de continuar expandiendo la base energética y material de nuestra
economía. Y si no podemos consumir más energía y
más materiales, aun cuando podamos mantener un nivel muy alto, nuestro sistema
económico-social tiende a colapsar, pues necesita que el consumo siga
creciendo. De otro modo nuestro sistema entra en barrena, entra en una crisis,
en la que ya estamos desde 2008, que no acabará nunca, no dentro de este
paradigma económico.
Durante los
largos años que ya llevamos de esta crisis, que en realidad tiene mucho de
crisis energética no reconocida, no pocos han teorizado sobre cómo se tiene que
manifestar una crisis energética centrándose en aspectos meramente económicos,
tomando éstos en completo aislamiento en el cual transcurre el hecho económico.
Pero eso no tiene nada que ver con cómo pasan las cosas en el mundo real. Si la
cantidad total de energía anualmente disponible en el planeta Tierra deja de
crecer (punto al que todavía no hemos llegado pero al que nos estamos
acercando), entonces el PIB de todo el globo, tan estrechamente ligado al
consumo de energía, deja de crecer.
Y el día que la
cantidad de energía disponible en la Tierra disminuya, entonces el PIB agregado
de todas las naciones del mundo comenzará un imparable descenso que durará
décadas. Los prestidigitadores económicos continuarán insistiendo en que se
puede, gracias al ingenio humano, seguir creciendo consumiendo menos energía,
pero es una falacia: como muestran los datos y ya hemos discutido aquí, la
única desmaterialización que se puede producir es la de la clase media. Su
destrucción, vaya. Así que no es de sorprender que en estos años de progresiva
ralentización del consumo energético global a quien le haya tocado recibir el
peso de la crisis sea justamente a las clases trabajadoras, y que sean éstas
las que estén propiciando el maremoto político que estamos viviendo, desde
Grecia hasta EE.UU. pasando por el Reino Unido, Hungría o Polonia, y quién sabe
si mañana Francia, Alemania o España.
Y si esto ha
pasado mientras la producción total de energía en el mundo aún subía, aunque
fuera más lentamente, y mientras la producción del sector energético más
crítico y más afectado, el de los hidrocarburos líquidos (llamados, en abuso de
notación, "petróleo", como si todos lo fueran) estaba aún llegando a
su cenit, ¿qué creen que pasará ahora que todo indica que ya hemos comenzado el
descenso de la producción de todos los líquidos del petróleo? ¿Qué pasará
cuando la lógica del beneficio inmediato, que causó una gran descapitalización
del sector de los hidrocarburos en los últimos años, conlleve una caída rápida,
irreversible y sin precedentes de la producción por razón de la excesivamente
fuerte caída de la inversión? Nuestros despistadísimos expertos energéticos
continúan hablando del milagro del fracking y la quimera de la independencia
energética de los EE.UU. cuando estamos a punto de presenciar un colapso sin
precedentes del sector. Un colapso que se va a dar en un contexto de precios
bajos, no altos, contrariamente a lo que dice la ortodoxia económica, porque no
han entendido qué significa entrar en la espiral de destrucción de oferta -
destrucción de demanda. Mientras la clase media se desintegra, como
consecuencia inevitable del descenso energético y el mantenimiento de las
políticas actuales, nuestros expertos siguen esperando la llegada de una señal
de precios que no va a venir por donde ellos esperan: para cuando el precio del
petróleo se vuelva a disparar (algo que inevitablemente va a suceder en los
próximos años) será ya demasiado tarde: algo se habrá roto para siempre.
¿El qué?, se
preguntarán. Pues el tejido social que sustenta este sistema económico. El fin
del contrato implícito entre las élites y las masas, lo que implica el colapso
social. Un colapso del cual la Humanidad sólo ha demostrado ser capaz de salir
por tres vías: mediante el aislacionismo totalitario (hacia lo que parece
tender el Reino Unido y quizá el EE.UU de Trump), hacia el militarismo
predatorio (el camino que más tiempo ha seguido EE.UU. y el que parece ser el
preferido de Europa, y sobre el que España tendrá que definirse) o hacia la movilización
popular en busca de la resiliencia y la simplicidad voluntaria - el camino más
difícil e imposible mientras se siga la ortodoxia económica dogmática actual.
¿Se preguntaban
qué era el Oil Crash? El Oil Crash era esto: no precios altos, sino el colapso
social. Aunque en realidad lo que estamos viviendo es sólo el comienzo."
Fuente