El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.

Paul Greenberg

9 de diciembre de 2015

Replantear el enfoque de la pesca desde una perspectiva ciudadana

Tratándose de recursos naturales como los pesqueros, es complicado encontrar el debido equilibrio entre los intereses económicos de los industriales, las necesidades de empleo de la población que depende de este sector y los intereses del país. La búsqueda de rentabilidad y empleo inmediatos sin atender a las razones de la sostenibilidad a largo plazo para beneficio de las futuras generaciones es un tema de difícil manejo,  convirtiéndose una situación científica en una situación política. Lo que está ocurriendo es que se prioriza la segunda por los componentes socio económicos que implica, como el crecimiento del PBI.

El futuro de la pesca en el Perú será decidido en los próximos años por la presión política y la necesidad económica, no por la conveniencia científica ni la necesidad alimentaria de la población nacional.

La sociedad civil, con su indiferencia y desinterés por los temas del mar y de la pesca, se convierte en cómplice silenciosa del agotamiento de los recursos pesqueros, de la contaminación que la industria genera y de una inequitativa participación en la renta que generan sus recursos pesqueros.

Un nuevo componente en la ecuación debe ser el establecimiento de una participación del Estado en la renta pesquera más justa, en la medida que representa a los ciudadanos propietarios del recurso natural.

Los desembarques provenientes de la pesca artesanal no están obligados al pago de derechos de pesca. Casi la totalidad de desembarques para CHD provienen de la pesca artesanal. Si además el vendedor del producto pesquero es informal, o sea que no paga renta ni IGV (porque la venta de pescado fresco está exonerada), estamos ante una situación discriminatoria e injusta. 
La pesca industrial paga derechos de pesca diferenciados por especie y muy bajos, dentro del ordenamiento legal vigente.

Cuando se ve, desde esta perspectiva y bajo un enfoque de renta y del ciudadano, que todos los desembarques para consumo humano directo, o sea casi 13 millones de toneladas en los últimos 12 años, no han pagado derechos de pesca porque la norma así lo permite, surge  la necesidad de replantear el enfoque de la pesca desde una perspectiva ciudadana no pesquera. Porque el recurso natural no es propiedad de los pesqueros, sino de todos los peruanos.




El hecho es que un grupo de ciudadanos extrae nuestros peces del mar a precio muy barato y otro grupo lo hace gratis.

Existiendo un alto grado de probabilidad de que algunos recursos se reduzcan a límites que impidan su extracción en el futuro, debido a que se prioriza el componente político antes que el científico, la situación de la pesca en el Perú es difícil y requiere de una atención que hasta el momento los candidatos presidenciales no le están otorgando.

El estatus actual excluye a la mayor parte de ciudadanos del país del beneficio de la pesca, porque tampoco disponemos de pescado abundante y barato para nuestra alimentación. Temas que siguen fuera de la agenda de las ofertas electorales

Los invito a leer el suplemento de la Revista Pesca “LOS DERECHOS DE PESCA EN EL PERU”, en los siguientes links:




16 de noviembre de 2015

La confrontación en la pesquería del Perú

Durante mucho tiempo el país ha asistido como espectador a una confrontación de intereses en el sector pesquero. Por un lado la industria con todos sus operadores políticos en defensa de la continuidad del status que favorece sus intereses económicos.

Por el otro lado, una variedad de instituciones y organizaciones que defienden de manera desarticulada y a veces confusa, aspectos como la sostenibilidad de los recursos pesqueros. Probablemente también se encuentra oculta la defensa de algunos intereses económicos.  ¿Para qué y para quién se esgrime la defensa de la sostenibilidad?

Para cuidar la anchoveta, lo que significa que de una u otra forma el defendido final es la industria pesquera, no el ciudadano consumidor. Porque más anchoveta significa más harina, y también más alimento para otros peces; pero ¿a qué sector del mercado va dirigida esa mayor oferta de peces alimentados con anchoveta? Al sector que puede pagar precios como 70 soles por kilo de lenguado, o 9 soles por kilo de bonito, o 6 soles por una lata de atún. No va al sector popular, a la mayoría nacional que necesita mejor nutrición.

Ambos defensores de ideas e intereses, terminan apuntalando un mismo recurso: la anchoveta, que termina siendo exportada, bien sea como harina, conserva, anchoado o como fuera.

Nadie ha efectuado ni efectúa defensa alguna del ciudadano peruano común y corriente, del consumidor final, quien es realmente el objetivo final de la industria y de la pesca, o por lo menos debería serlo. Sea peruano o extranjero, es el objetivo final. Porque si no hubiese quien consuma, no existiría la industria. No importa si el consumo es a través de un cerdo alimentado en base a harina de pescado, una cápsula de omega 3 o una lata de conserva. Sin consumidor no hay negocio.

Pero ocurre que el ciudadano peruano es el legítimo propietario de los recursos pesqueros que los pescadores e industriales extraen y procesan pagando cifras inequitativas por ese derecho. Ocurre, en una inversión de valores y una distorsión de la realidad, que el ciudadano, pese a su derecho a la propiedad del recurso, es tratado como si no existiese en la cadena de valor o que su existencia misma fuese la menos importante. 

La industria, los operadores políticos y los demás actores de la confrontación pesquera, manipulan el escenario con total olvido del ciudadano como consumidor. Nadie argumenta la posición del ciudadano como víctima de los impactos ambientales que causa la actividad pesquera. Nadie defiende el derecho a que sea incluido en la participación, no solo de la renta, sino en la distribución de productos a precio accesible a todos los niveles de ingresos de la población.

Esto ocurre con la cómplice pasividad de un Estado presionado por el crecimiento del PBI. Mantener su crecimiento es la consigna a cualquier costo, por lo que puede apreciarse en cuanto a la participación de la pesca. La segunda temporada de la pesca de anchoveta del 2015 pareciera ser una tabla de salvación para la cifra que se ha estimado, al decir de varios analistas. Está claro entonces que resulta inútil la confrontación argumentando criterios de sostenibilidad, biológicos o sociales. Esos argumentos no tienen un peso específico capaz de imponerse contra el cumplimiento de la meta de crecimiento del PBI.

La atención siempre se focaliza en la industria y en aspectos macroeconómicos. No se centra en la población, a tal punto que no existen programas sociales en la pesquería peruana. No es que un programa social sea la solución a la necesidad de mayor proteína; pero el hecho es que no existen ni como paliativo temporal, así como tampoco existen incentivos para atender el mercado interno tal como sí existen para la exportación.

La ciudadanía, hoy pasiva, deberá reaccionar ante ese estatus injusto originado por una limitada visión pesquera que, en poco o nada ha tenido en cuenta el derecho de la gente a un pescado de precio accesible. Hemos llegado a un momento en el cual la mayor parte de la oferta de pescado en el mercado nacional solamente es accesible para una mínima fracción de la población debido a sus altos precios, poco volumen y limitadas redes de distribución a nivel del interior del país.

Es hora de que la ciudadanía peruana despierte y defienda sus derechos en la pesca reclamando contra un estatus injusto de contaminación, inequitativa participación en la renta pesquera, escasez de recursos para la alimentación nacional y precios fuera del alcance de las mayorías.

No hay organización visible que piense en el ciudadano y actúe en su favor. Las organizaciones que defienden a la anchoveta están condenadas al fracaso por cuanto sus argumentos jamás desplazarán a los que apuntan al crecimiento del PBI, con los cuales se identifica la industria.

Así que es inútil que pierdan el tiempo en una pelea que no van a ganar. Esta siempre ha sido una guerra asimétrica de baja intensidad con un claro ganador, la industria pesquera.

El reto para la ciudadanía peruana es organizarse para defender sus intereses, así como hay organizaciones que defienden los suyos. Nuevos argumentos y mayor cantidad de personas serán los elementos que pueden marcar la diferencia entre el estatus actual y un nuevo modelo de gestión.

El estatus actual es una pesquería convertida en un negocio rentable para muy pocos y alimento para una minoría que puede pagar por un pescado que cuesta más que el pollo. La pesquería actual no genera impactos positivos importantes en los consumidores de menores recursos económicos, o sea la mayoría del país. Estas mayorías necesitan, no solo programas sociales, sino un modelo de gestión nuevo que mejore la atención al mercado nacional, creando las condiciones adecuadas para mejorar la oferta de productos pesqueros.

Más allá de eso, la pesca es un tema de discusión atractivo y fascinante para muchos que la ven solo por televisión, o la leen en algunos diarios cuando eventualmente ocupa titulares. De vez en cuando, distrae la atención de una ciudadanía a la cual le importa poco lo que ocurra en la pesca. Sector del cual solo sabe que cada vez es más difícil comer pescado porque hay poco y además es caro. También sabe que somos los primeros productores y exportadores de harina de pescado en el mundo, así como el país que desembarca los volúmenes de pesca más grandes del planeta. Y eso nos hace sentirnos orgullosos, somos grandes, aunque cada vez comamos menos pescado porque hay poco en los mercados y bastante alejado de los bolsillos de las mayorías.

El Perú bien puede estar representado por un niño pobre, hambriento y famélico nadando en un mar de abundante proteína que fluye hacia los mercados internacionales. No hay una corriente importante de ese mar que fluya hacia el interior del país. Todo fluye hacia afuera mayormente. Porque finalmente ¿quién cree en los programas sociales y a quién le importan las necesidades de las mayorías nacionales? Las comunidades campesinas e indígenas y los centros poblados rurales están muy lejos, no se ven, no son ciudadanos. Lo que importa es exportar más para que el PBI siga creciendo. ¿En beneficio de quién? Eso es cosa que no se sabe. Solo puedo asegurar que muy pocos pueden comer pescados y mariscos.


Marcos Kisner Bueno