El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.
Paul Greenberg
28 de junio de 2020
Editorial: suplemento especial revista Pesca julio 2020
Con
demasiada frecuencia las administraciones de Pesca son retiradas de la función
y nuevas autoridades asumen los cargos que dejan. Veinte ministros, quince vice ministros en 18
años y un sector pesquero con prácticamente los mismos problemas, que quedan
sin ser resueltos.
Muy
pocos titulares del pliego de Producción pasarán a la historia como
responsables de algún hecho o norma realmente trascendente como para que sean
dignos de ser recordados, para bien o para mal. La mayor parte, en corto
tiempo, habrán sido olvidados como cualquier personaje que atraviesa por un
período de la historia sin haber dejado huella significativa, o lo que es peor,
ninguna huella, ningún recuerdo. Se van sin pena ni gloria, dejando a la pesca
igual como la encontraron, condenados al olvido de la gente a la que pudieron
servir y no lo hicieron.
Este
es el resultado de la existencia del Ministerio de la Producción. No podría
asegurarse, sin embargo, que si hubiese
existido un Ministerio de Pesquería en manos de los mismos personajes el
resultado hubiese sido distinto.
No
es el tipo de Ministerio el que decide el rumbo que llevará, sino el titular
del pliego.
Para
mal de la pesquería peruana, son pocos aquellos que se comprometieron con el
sector y aportaron algo a su desarrollo y progreso. La pesquería necesita de funcionarios
con alma y con compromiso.
Nos
hemos democratizado, lo que implica que en nombre de esa democracia debemos
soportar, muchas veces,
funcionarios sin competencias ni
experiencia para administrar un sector tan particular como el pesquero.
¿Qué
le espera al sector con el nuevo gobierno en 2021, en un escenario tan especial
como el que se vive en esta época de pandemia?
A un año
de que un nuevo gobierno asuma la conducción del país, este suplemento condensa
las tres ediciones de la Revista Pesca referidas a gobernanza, formalización y
política pesquera en tiempos electorales. Presenta también una imagen del
bicentenario de la independencia.
Los invito
cordialmente a leer este suplemento de la Revista Pesca.
21 de junio de 2020
EL CRECIMIENTO ECONOMICO EN EL BICENTENARIO
El
crecimiento económico no es ya más que un discurso para conservar el poder una vez que ha sido ganado en elecciones
democráticas. Permite, también, justificar a los ojos de los necios el robo, la
corrupción y las obras faraónicas sobredimensionadas realizadas con sobornos.
Mañana todos los ladrones serán políticos.
Los
millones de ciudadanos que viven de la informalidad y los que viven en
poblaciones rurales ¿creen, leen y/o entienden los discursos y mensajes de los
académicos asentados en Lima alabando al modelo político y económico?
La
clase media ha desaparecido por causa de su cobardía. Como la nobleza de los
últimos tiempos de la Monarquía, no merecía ya más sus privilegios. Su sumisión
al poder político inepto y corrupto, sin la imaginación suficiente para
desterrarlo, la liquidó.
El
modelo se ha degradado hasta el punto de que no queda ya de él más que una
máquina que solo produce y acapara, no comparte ni reparte. Para dar salida a
su producción obliga a los hombres a absorberla a través de un mercadeo a veces
invasivo y ofensivo usando la tecnología moderna.
El
libre mercado y el crecimiento del PBI no hacen sino conducir a más de lo
mismo: bonanza para quien más tiene y el mismo status de miseria y aparente
bienestar para las grandes mayorías. Aparente porque como ha demostrado la
pandemia, nada era real. El modelo era una ilusión que desapareció ante el
primer gran impacto de un desastre.
El
país ha contraído un cáncer: esa proliferación desordenada de políticos y sus
partidos con todos sus parásitos. Células inútiles como la burocracia inexperta
e incompetente.
Son
los mismos señores feudales de antes, la nobleza de los viejos tiempos. Son los
únicos favorecidos por el aumento del PBI, las exportaciones, la democracia y
el crecimiento económico. Controlan el dinero, tienen el poder, manejan los
medios de comunicación.
Crecen cada vez más, se enriquecen mucho más.
Las
mayorías no prosperan, como ha demostrado la pandemia: servicios de salud y
educativos inoperantes, servicios sociales y de previsión inútiles e ineficaz
reacción ante una crisis.
No
hay mucho que nos diferencie de la sociedad feudal de la Edad Media, salvo la
tecnología, el manejo de los medios de comunicación, las redes sociales y las
mejores posibilidades técnicas de mentir y ocultar la verdad.
El
hecho es que el modelo político y económico es bueno para los menos pero no
beneficia a los más. Nos condena a soportar políticos y funcionarios que nos
mienten y nos roban con total impunidad o, en el mejor caso, sancionados por
una justicia tan lenta que en la práctica deja de existir. No hay
mecanismos que permitan a la ciudadanía
despedir a sus políticos o funcionarios. ¿Es un designio divino, o el resultado
de la indiferencia de todos nosotros?
Se
ha inventado un pecado nuevo, el cual consiste en criticar la Constitución, una
Carta Magna que consagra el derechos de los ricos a seguir siendo ricos y
condena a los pobres y los ciudadanos comunes a seguir siendo el combustible
del sistema, los animales de tiro que jalan la carreta del modelo político y
económico a cambio de una cuantas y siempre insuficientes monedas.
Con
la desesperación de sus víctimas, han abonado su sed de triunfo, sus apetencias
de poder y su ambición, un puñado de hombres. Siempre ha sido así, desde el
origen mismo de la República y así será por siempre si es que la gente no
reacciona. Esta degradación voluntaria al nivel de manada gregaria, al grito de
“democracia” de los políticos, continuará destruyendo a las mayorías si es que no
se impulsa un cambio en nuestra sociedad.
En
este contexto estamos obligados a elegir nuevas autoridades. Debemos hacerlo en
forma diferente revisando bien a los candidatos, con la esperanza de que esta
vez sea diferente; pero preparados para hacer algo si todo resulta ser igual.
Ello
implica tomar conciencia de los problemas económicos y de gobierno y abandonar
un modelo que defiende e impone la supremacía de la economía y de la democracia
por encima del ciudadano y sus derechos elementales.
Siendo
que el político es una especie inextinguible y renovable, es necesario que la
sociedad diseñe un nuevo modelo que limite su poder y lo controle con el objeto
de que se convierta en un elemento al servicio de la gente y no en su
depredador. Al mismo tiempo la Nación tiene que reformar su estructura
diseñando un nuevo modelo que sea inclusivo, que integre a las poblaciones
originarias a la vida en común con los mismos derechos y atenciones, cosa que
hoy no ocurre. El marginamiento de un importante sector de la población tiene que terminar para que podamos festejar
cada aniversario de la independencia con legitimidad y honradez cívica, moral e
intelectual.
Si
algo debemos haber aprendido en doscientos años y que gracias a la pandemia
hemos confrontado, es que la libertad declarada por San Martín es inútil e
insuficiente si no existen mecanismos de integración cultural, inclusión social
y económica e igualdad. Festejar la independencia no puede consistir tan solo
en la asistencia al circo preparado por un Poder Ejecutivo que solamente ha
reemplazado al Virrey de la Colonia. Festejar la independencia debe ser el
reconocimiento de que todos tenemos igualdad de oportunidades y de acceso a la
educación, a la salud, al trabajo y al control político.
Las
ceremonias y desfiles anacrónicos deben ceder su espacio a un nuevo tipo de
festejos del siglo XXI en los cuales podamos decir que todos somos libres con
igualdad, inclusión y honestidad.
15 de junio de 2020
EL BICENTENARIO: ¿QUE CELEBRAR?
Dentro
de un año el Perú cumplirá doscientos años de vida republicana y tendrá un
nuevo gobierno. Depende de nosotros optar por más de lo mismo, o por el cambio.
Ilustrados
académicos y destacados profesionales en las materias escriben, nos dicen cómo
pensar y nos convencen de que estamos en la edad dorada, que el crecimiento del
PBI remediará los males de toda la sociedad; que la exportación de nuestros
recursos alimenticios es lo que más conviene al país, aunque nuestra población
sufra de hambre y anemia; que respetar las reglas de la democracia es el primer
mandamiento.
Crecimiento
económico y democracia, son los nuevos dioses, y la Constitución que los
sustenta el nuevo Decálogo, en nombre de los cuales debemos soportar durante
cinco años que se nos siga gobernando con corrupción, robándonos, mintiéndonos,
explotándonos y usándonos para que unos pocos lucren y vivan bien.
Federico
Nietzsche, en su obra Así hablaba Zaratustra, escribió: “¡Cómo es posible!
¡Este viejo santo aún no ha oído nada en su bosque de que Dios ha muerto!”.
Pero
los dioses nunca mueren, se reinventan y aparecen otros, a los cuales se nos ha
enseñado a adorar: el PBI, la democracia, el crecimiento económico, la
exportación…
Parte
importante de la población sigue con una calidad de vida deplorable y
lamentable.
Poco o nada ha cambiado en el Perú.
Doscientos
años de República Democrática no han mejorado la situación de las poblaciones
originarias que viven en comunidades nativas o en poblaciones rurales dispersas sin formar parte del
sistema económico. Al igual que la mayor parte de la población urbana que se
desarrolla en una economía informal de
subsistencia y carente de educación gracias al Decálogo no inclusivo de los
nuevos dioses.
A inicios del siglo XXI, se idealizaba que el estado
peruano tenía la capacidad de hacer un uso eficiente y equitativo de los
recursos económicos, sin embargo, estos recursos terminaban centralizados, y no
llegaban a la población objetivo porque eran insuficientes para el sector rural
y se caía en el clientelismo. A pesar de que en el 2003, el enfoque de la descentralización
hizo posible que se articulara y transfirieran las competencias de los
programas sociales a los gobiernos regionales y locales, esto no se reflejó en
resultados concretos en los próximos años. Esto se evidenció en el 2012, cuando
las cifras arrojaban que la pobreza urbana era de 18% mientras que la rural
llegaba hasta el 56%, concluyendo que la desigualdad urbano-rural se estaba
agravando en los últimos años.
El Perú cuenta con 47 lenguas indígenas habladas por
cerca de 4 millones y medio de peruanos y peruanas; 54 Pueblos Indígenas
reconocidos oficialmente en la Base de Datos de los Pueblos Indígenas del
Ministerio de Cultura; 3 % de Población afroperuana concentrada en la costa del
Perú, desde la región de Tumbes hasta la de Tacna; 170 expresiones y
manifestaciones culturales vigentes de diversos pueblos declaradas como
Patrimonio Inmaterial de la Nación.
La
población empadronada en los centros poblados rurales es de 6 millones 69 mil
991 personas que representa el 20,7% de la población censada del país en 2017.
¿Qué puede celebrar esta población en el bicentenario? ¿Qué pueden opinar del
modelo de los nuevos dioses? ¿Qué tan diferente es su vida desde que San Martín
proclamó la independencia?
El
siguiente comentario de Francisco Cohello, es abrumador:
Según el Banco Mundial, nos espera un decrecimiento del
12%, que constituye “el segundo más profundo de América Latina y el Caribe solo
detrás de Belice”. ¿Es todo culpa del odiado COVID-19? Es evidente que algo no
cuadra entre las condiciones previas y la solidez macroeconómica que exhibía el
Perú, comparados con otras economías de la región, y su estrepitoso desplome.
Es elocuente también que las cifras calamitosas del 2020
no se condicen con los miles de millones extraídos del tesoro público, el
ahorro venerado por tantos años, las preciadas joyas de la abuela hipotecadas a
un plan que ¿hace agua? Cómo es posible -preguntamos al MEF- que Argentina, que
acaba de caer en default, prevea una caída (7,3%) menos grave que la del Perú.
¿O que las expectativas de Guatemala (-3%), El Salvador (-5.4%) o Haití (-3.5%)
tengan más oxígeno -permítanme el sarcasmo- que la que hasta hace poco era
considerada una economía modelo de la región? ¿Por qué -seguimos preguntando-
Brasil (8%), México (-7.5), Colombia (-4.9%) y Chile (-4.3%) nos superan con
alevosía y ventaja? ¿En qué momento se jodió, más que otros, el Perú?
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