El mayor fallo de la gestión es que ni los pescadores ni los gestores poseen los conocimientos necesarios para dirigir algo tan complejo como un ecosistema marino costero. El derecho a pescar no se debería basar en si uno dispone del dinero suficiente para comprarse un barco, sino en los conocimientos y la voluntad de trabajar en colaboración con los gestores y los científicos para hacer que la pesca sea sostenible. El derecho a pescar se debería ganar o perder según la voluntad de aceptar unos límites razonables a las capturas.

Paul Greenberg

15 de junio de 2020

EL BICENTENARIO: ¿QUE CELEBRAR?


Dentro de un año el Perú cumplirá doscientos años de vida republicana y tendrá un nuevo gobierno. Depende de nosotros optar por más de lo mismo, o por el cambio.

Ilustrados académicos y destacados profesionales en las materias escriben, nos dicen cómo pensar y nos convencen de que estamos en la edad dorada, que el crecimiento del PBI remediará los males de toda la sociedad; que la exportación de nuestros recursos alimenticios es lo que más conviene al país, aunque nuestra población sufra de hambre y anemia; que respetar las reglas de la democracia es el primer mandamiento.

Crecimiento económico y democracia, son los nuevos dioses, y la Constitución que los sustenta el nuevo Decálogo, en nombre de los cuales debemos soportar durante cinco años que se nos siga gobernando con corrupción, robándonos, mintiéndonos, explotándonos y usándonos para que unos pocos lucren y vivan bien.

Federico Nietzsche, en su obra Así hablaba Zaratustra, escribió: “¡Cómo es posible! ¡Este viejo santo aún no ha oído nada en su bosque de que Dios ha muerto!”.

Pero los dioses nunca mueren, se reinventan y aparecen otros, a los cuales se nos ha enseñado a adorar: el PBI, la democracia, el crecimiento económico, la exportación…

Parte importante de la población sigue con una calidad de vida deplorable y lamentable. 

Poco o nada ha cambiado en el Perú.

Doscientos años de República Democrática no han mejorado la situación de las poblaciones originarias que viven en comunidades nativas o en poblaciones rurales dispersas sin formar parte del sistema económico. Al igual que la mayor parte de la población urbana que se desarrolla en una economía  informal de subsistencia y carente de educación gracias al Decálogo no inclusivo de los nuevos dioses.

A inicios del siglo XXI, se idealizaba que el estado peruano tenía la capacidad de hacer un uso eficiente y equitativo de los recursos económicos, sin embargo, estos recursos terminaban centralizados, y no llegaban a la población objetivo porque eran insuficientes para el sector rural y se caía en el clientelismo. A pesar de que en el 2003, el enfoque de la descentralización hizo posible que se articulara y transfirieran las competencias de los programas sociales a los gobiernos regionales y locales, esto no se reflejó en resultados concretos en los próximos años. Esto se evidenció en el 2012, cuando las cifras arrojaban que la pobreza urbana era de 18% mientras que la rural llegaba hasta el 56%, concluyendo que la desigualdad urbano-rural se estaba agravando en los últimos años.


El Perú cuenta con 47 lenguas indígenas habladas por cerca de 4 millones y medio de peruanos y peruanas; 54 Pueblos Indígenas reconocidos oficialmente en la Base de Datos de los Pueblos Indígenas del Ministerio de Cultura; 3 % de Población afroperuana concentrada en la costa del Perú, desde la región de Tumbes hasta la de Tacna; 170 expresiones y manifestaciones culturales vigentes de diversos pueblos declaradas como Patrimonio Inmaterial de la Nación.

La población empadronada en los centros poblados rurales es de 6 millones 69 mil 991 personas que representa el 20,7% de la población censada del país en 2017. ¿Qué puede celebrar esta población en el bicentenario? ¿Qué pueden opinar del modelo de los nuevos dioses? ¿Qué tan diferente es su vida desde que San Martín proclamó la independencia?

El siguiente comentario de Francisco Cohello, es abrumador:

Según el Banco Mundial, nos espera un decrecimiento del 12%, que constituye “el segundo más profundo de América Latina y el Caribe solo detrás de Belice”. ¿Es todo culpa del odiado COVID-19? Es evidente que algo no cuadra entre las condiciones previas y la solidez macroeconómica que exhibía el Perú, comparados con otras economías de la región, y su estrepitoso desplome.

Es elocuente también que las cifras calamitosas del 2020 no se condicen con los miles de millones extraídos del tesoro público, el ahorro venerado por tantos años, las preciadas joyas de la abuela hipotecadas a un plan que ¿hace agua? Cómo es posible -preguntamos al MEF- que Argentina, que acaba de caer en default, prevea una caída (7,3%) menos grave que la del Perú. ¿O que las expectativas de Guatemala (-3%), El Salvador (-5.4%) o Haití (-3.5%) tengan más oxígeno -permítanme el sarcasmo- que la que hasta hace poco era considerada una economía modelo de la región? ¿Por qué -seguimos preguntando- Brasil (8%), México (-7.5), Colombia (-4.9%) y Chile (-4.3%) nos superan con alevosía y ventaja? ¿En qué momento se jodió, más que otros, el Perú?